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La combinación de actividad física y antioxidantes en la dieta favorece la formación de neuronas.

 

Practicar deporte de forma moderada ayuda a mantener el cerebro en forma y atenúa el declive cognitivo asociado a la edad. Si además de hacer ejercicio se toma de forma regular un antioxidante natural, la astaxantina, que ha demostrado ser neuroprotector, esos beneficios de cognición se multiplican, se favorece la formación de nuevas neuronas y se mejora la memoria espacial.

Es el resultado principal de un estudio con ratones realizado por investigadores japoneses y americanos, que recoge PNAS, y que demuestra por primera vez que la actividad física sumada a la ingesta de antioxidantes en la dieta favorece la plasticidad cerebral, así como la creación de nuevas células nerviosas en el hipocampo, una región del cerebro con forma de caballito de mar encargada de funciones tan cruciales como la memoria, la regulación de las emociones y la navegación espacial.

Además, han visto que ese efecto sinérgico beneficioso obtenido por la combinación del deporte y los antioxidantes está mediado por la leptina. Se trata de una hormona secretada por el tejido adiposo del organismo y cuya misión es disminuir el apetito y aumentar el gasto energético para mantener el peso corporal estable. También está implicada en diversos procesos del sistema nervioso central: por ejemplo, se ha visto que potencia la sinapsis o conexiones entre las neuronas, lo que facilita que aprendamos y recordemos.

Que el deporte moderado, entendido como 30 o 40 minutos de ejercicio aeróbico como caminar, nadar o correr suave, cuatro o cinco días por semana, fomentaba una buena salud cerebral y que potenciaba la neurogénesis en el hipocampo en roedores adultos ya se había comprobado en anteriores estudios.

Y aunque no se acaban de entender del todo los mecanismos por los que el deporte aumenta la función del hipocampo, se sabe que están implicadas diversas moléculas, como el factor de crecimiento de la insulina (IGF) y el factor neurotrófico (BDNF), esenciales para la plasticidad cerebral. Al parecer, cuando practicamos deporte aeróbico de forma regular, los músculos segregan una serie de sustancias químicas que llegan a través de la sangre al cerebro, entre ellas IGF-1. Allí, provocan que aumente la producción de moléculas como el BDNF, cuya misión es facilitar la comunicación entre neuronas, lo que resulta básico para que suceda el aprendizaje.

También se había comprobado en estudios previos que algunos suplementos dietéticos, como los que contienen DHA, un ácido graso perteneciente a la familia de los Omega-3, tenían efectos igual de beneficiosos para la cognición que la actividad física.

En este estudio, los científicos usaron astaxantina, un tipo de antioxidante carotenoide muy antioxidante y con propiedades antiinflamatorias, presente en el salmón o los langostinos, en los que es responsable de su típico color rojizo. Vieron que cuando los roedores hacían deporte (correr en la típica rueda de una jaula) suave o les administraban un suplemento de este antioxidante, ambos factores de forma individual favorecían la formación de neuronas en el hipocampo.

Sin embargo, cuando combinaban ambos factores, los efectos beneficiosos del deporte moderado en la cognición se reforzaban. Observaron que se segregaba más leptina en el hipocampo y que eso, a su vez, repercutía en una mayor secreción de IGF y de BDNF, lo que mejoraba la capacidad cognitiva de los roedores y su memoria espacial.

“El rol de la leptina como mediador entre el ejercicio y el antioxidante es muy interesante y seguramente lo más novedoso de esta investigación”, valora Xema Tormos, director científico del Instituto Universitario Güttmann, que no ha participado en este estudio.

“Ya sabíamos que comer está vinculado con mecanismos de aprendizaje. Basta ver los estudios en los que se estimula a animales con una recompensa alimentaria para que aprendan algo”, prosigue Tormos. “Ahora, gracias a este estudio sabemos cuáles con las monedas de cambio, las señales metabólicas a las que responde este proceso”, remacha.

Al parecer, desde un punto de vista evolutivo, que la leptina, la actividad física moderada y la memoria espacial estén relacionados “no es de extrañar”. Según Tormos, existe una relación entre la sensación de saciedad y cómo guardamos el recuerdo en la memoria de dónde hemos encontrado los alimentos que nos garantizan la supervivencia. Se genera un refuerzo positivo en el cerebro, para así fortalecer esa conducta, que volvamos a buscar en ese lugar alimento.

“La parte importante es que esta molécula, la astaxantina, estimula el incremento de leptina en el hipocampo y ese incremento de leptina es precisamente el que favorece los cambios cognitivos”, apunta.

De hecho, los investigadores han visto que en los ratones en los que bloquean la liberación de leptina, no se segrega ni BDNF ni IGF, lo que evidencia la asociación entre ambos factores. “La leptina y factores como IGF son elementos que se segregan como consecuencia de habernos alimentado, una conducta que favorece la supervivencia”, añade.

“Las conclusiones de este estudio refuerzan lo que ya sabemos, que comportamientos beneficiosos para la salud, como practicar ejercicio moderado y seguir una dieta mediterránea, rica en alimentos que contienen antioxidantes, son beneficiosos para frenar el declive cognitivo y prevenir enfermedades neurodegenerativas”, considera José Luis Molinuevo, director científico del programa de prevención del Alzheimer del BarcelonaBeta Brain Research Center (BBRC), vinculado a la Fundación Pasqual Maragall.

 

 

Fuente: www.lavanguarida.es