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«¿Quién los abraza?»

 

Mi madre tenía alzheimer; después de unos años de enfermedad, murió en enero. Ahora estamos tristes por el adiós, al tiempo agradecidos por haber podido compartir la vida con ella. Cuando hablamos de ella, a veces, decimos que tuvo dos vidas y que ambas fueron intensas. La primera lo fue y mucho, era una mujer apasionada y llena de generosidad. La segunda vida, con su fragilidad, nos cambió a todos. En el entorno de mi madre nació una red de ternura que nos ha hecho crecer y a la vez descubrir maneras de comunicarnos que ni nos habíamos imaginado. De la enfermedad surgió un nuevo mundo, «uno de los enjambres de mundos que hormiguean donde nosotros sólo vemos desiertos«, como nos dice el poeta Verdaguer.

Queremos dejar explícito, sin embargo, que la madre también tuvo dos muertos. La última, la de enero pasado, fue apacible, junto a los hijos y el marido. La primera, en cambio, la de hace más de doce años, fue acompañada de desconcierto y desesperación. El recuerdo de su sufrimiento aún nos golpea. De hecho, no era ella quien moría, quien lo hacía era su mundo, su entorno. Se iba desdibujando lo que quería y le era familiar hasta entonces, las personas y las cosas. Somos testigos que la madre fue consciente de cómo iba perdiendo los recuerdo. No es extraño, pues, que se rebelde y enfadara. Los abrazos que le hacíamos eran nuestro intento de acompañarla en su duelo.

Si bien no somos expertos en la enfermedad, ni parece que haya un patrón fijo de enfermo, sí sabemos que muchos pasan momentos difíciles, que incluso van acompañados de una cierta agresividad. Esto ocurre a menudo en las primeras etapas, cuando aún los que ellos acompañamos nos cuesta separar el enfermo de la enfermedad. Desligar una cosa de la otra es sencillo pero no es fácil. Cuando se encuentra el desatascador todo se simplifica. Es importante que acompañar a quien sufre no lo hagamos solos. Todo fluye más fácilmente si nos dejamos ayudar y lo compartimos. Los profesionales del centro de día, donde mi madre ha ido durante todo este tiempo, para nosotros han sido un puntal y un apoyo inestimable.

También nos hemos dado de lo importante que es, en todo el proceso, saber respetar al máximo la independencia de la persona que está enferma. Intuimos pero que, pese a las singularidades de cada uno, en su duelo por la pérdida de muchos referentes reconforta la mirada sincera, el abrazo, la palabra, el silencio … de quién le acompaña. Y todo esto nos plantea interrogantes que nos plantean ciertas cuestiones; una de ellos es: cómo lo hacen los enfermos que viven solos y sin cuidador? Quién los abraza, acaricia, serena … cuando se sienten perdidos?

 Àngels Canals Sabaté. carta íntegra enviada a la sección «el lector exposa» de La Vanguardia del 7 de marzo de 2015.