En el año 2015 un estudio publicado en la revista ‘Nature’ provocó titulares por todo el mundo: la enfermedad de alzhéimer podía ser contagiosa.
El estudio, sin embargo, no afirmaba tal cosa. Lo que decían los autores, investigadores del University College of London, es que, en determinadas circunstancias, la proteína beta-amiloide podía trasmitirse entre humanos. Era un descubrimiento preocupante porque sabemos que esa proteína se acumula en cantidades anormales en el cerebro de los enfermos de alzhéimer. Por ahora, sin embargo, desconocemos si es la causa de la enfermedad o solo un síntoma.
En su investigación, los científicos encontraron altas acumulaciones de beta-amiloide en los cerebros de personas que habían recibido un tratamiento con hormonas de crecimiento humano procedentes de pacientes aquejados de Creutzfledt-Jakob, una rara enfermedad neurodegenerativa.
Diversas organizaciones, como la Sociedad Española de Neurología, advirtieron entonces del peligro de generar titulares escandalosos a partir de aquel estudio. Para empezar, recordaban, «transmisión» no es sinónimo de «contagio». Además, la enfermedad de Creutzfledt-Jakob es muy diferente al alzhéimer, afección esta que en ningún momento mencionaban los investigadores del estudio.
Con todo, la idea de que el alzhéimer «podía» ser contagioso quedó instalada no sólo en la mente de muchos, sino también en la memoria imborrable de Google y en las hemerotecas.
Menos repercusión tuvo un estudio de 2016 realizado por el Instituto Karolinska de Estocolmo. Sus autores analizaron más de dos millones de transfusiones de sangre practicadas en Dinamarca y Suecia. Trataron de localizar a todas aquellas personas que hubiesen recibido plasma procedente de pacientes con alguna enfermedad neurodegenerativa y encontraron a 40.000.
Establecieron entonces dos grupos de seguimiento: uno conformado por quienes habían recibido transfusiones de personas enfermas y otro, de control, compuesto por quienes habían recibido sangre de personas sanas. El resultado de su investigación fue tajante: ambos grupos presentaban exactamente las mismas posibilidades de acabar desarrollando alzhéimer.
Hace unas semanas, sin embargo, un nuevo estudio volvió a ponerlo todo patas arriba. En un experimento realizado con ratones genéticamente diseñados, los investigadores descubrieron que, cuando se transfiere sangre de un roedor enfermo de alzhéimer a otro sano, el segundo empieza a desarrollar placas de proteína beta-amiloide, lo que acaba desembocando en una degeneración del tejido cerebral. Según los científicos, su trabajo no deja lugar a dudas: esa proteína se transmite por la sangre y acaba provocando problemas neurológicos severos.
Es decir, que en estos momentos casi nada está claro. Puede que la proteína beta-amiloide se transmita por la sangre o puede que no. Puede que esa proteína sea la causante del alzhéimer o puede que no. Y puede también que los nuevos estudios que ya se están realizando arrojen nueva luz sobre este asunto.
Sea como sea, una cosa es segura: los titulares escandalosos no ayudan a nadie, ni a los enfermos, ni a los científicos, ni tampoco al periodismo.
Jose A. Pérez
Fuente: http://www.tecnoxplora.com