Irene Mekel, con Alzheimer, busca la eutanasia antes de perder conciencia. En Países Bajos, el debate sigue sobre la muerte asistida en demencia avanzada.
CASTRICUM, Países Bajos — Irene Mekel pronto tendrá que elegir el día de su muerte.
“Es una tragedia”, dijo.
Mekel, de 82 años, tiene mal de Alzheimer. Se lo diagnosticaron hace un año, y sabe lo que viene. Pasó años trabajando como enfermera. Por ahora, se las arregla con la ayuda de sus tres hijos y una gran pantalla en el salón que actualizan de forma remota para recordarle la fecha y cualquier cita.
En el 2023, poco antes de su diagnóstico, Mekel participó en un taller organizado por la Asociación Holandesa para el Final Voluntario de la Vida. Aprendió a redactar un documento que detallaría sus deseos, incluyendo las condiciones bajo las cuales solicitaría lo que en Holanda se llama eutanasia. Decidió que sería cuando ya no pudiera reconocer a sus hijos y nietos, mantener una conversación o vivir en su casa.
Pero cuando la doctora de Mekel leyó la directiva, dijo que no lo haría con alguien que, por definición, ha perdido la capacidad de otorgar su consentimiento.
El público holandés apoya firmemente la muerte asistida para personas con demencia. Sin embargo, la mayoría de los médicos holandeses se niega a proporcionarla. Encuentran que la carga moral es demasiado pesada.
La doctora de Mekel la remitió al Centro de Expertos en Eutanasia, en La Haya, que ofrece muerte asistida a pacientes en casos en los que sus propios médicos no lo hacen. Pero incluso estos médicos se muestran reacios a actuar cuando una persona ha perdido su capacidad mental.
Bert Keizer está alerta para un momento en particular conocido como “5 a 12” —5 minutos para la medianoche. Los médicos, los pacientes y sus cuidadores entablan una delicada negociación para programar la muerte para el último momento antes de que una persona pierda la capacidad de expresar su deseo de morir. Él cumplirá la petición de Mekel de poner fin a su vida sólo mientras ella aún esté plenamente consciente.
Deben actuar antes de que la demencia la engañe haciéndole creer que su mente está bien.
Un shock
Mekel tenía algún tiempo de sospechar que tenía Alzheimer antes de recibir el diagnóstico. Hubo pequeñas señales, y luego una grande, cuando un día tomó un taxi a casa y no pudo reconocer la casa donde había vivido durante 45 años.
Supo que era el momento.
“Esa es mi pesadilla”, dijo Mekel. “Creo que me suicidaría”.
Pero la noticia de que tendría que pedir a Keizer que pusiera fin a su vida más temprano que tarde fue un shock.
“Lo primero que les digo es: ‘Lo siento, eso no va a suceder’”, dijo. “La muerte asistida estando mentalmente incompetente no va a suceder. Así que ahora hablemos de cómo vamos a evitar llegar allí”.
La primera línea que la gente escribe en una directiva siempre es: “’Si llego al punto de no reconocer a mis hijos’”, dijo Stigter. “¿Pero qué es reconocer? ¿Es saber el nombre de alguien o es reaccionar con una gran sonrisa cuando alguien entra a tu habitación?
Las conversaciones sobre la muerte asistida en los Países Bajos se ven ensombrecidas por lo que mucha gente llama “el caso del café”.
En el 2016, un médico que realizó la muerte asistida a una mujer de 74 años con demencia fue acusado de violar la ley de eutanasia. La mujer había escrito una directiva cuatro años antes, diciendo que deseaba morir antes de tener que ingresar a un asilo de ancianos. El día que su familia eligió, su médico le dio un sedante en su café y luego le inyectó una dosis más fuerte. Pero durante la administración del medicamento que pararía su corazón, la mujer despertó y se resistió. Su marido y sus hijos tuvieron que sujetarla para que el médico pudiera completar el procedimiento.
Un día tarde
Stigter nunca toma un caso asumiendo que proporcionará una muerte asistida. El deterioro cognitivo es algo fluido, dijo, al igual que el sentido que tiene una persona de lo que es tolerable.
“El objetivo es un desenlace que refleje lo que el paciente quiere —eso puede evolucionar en todo momento”, afirmó.
Zuidema estaba horrorizado ante la idea de no poder mantener a su esposa o cuidar de su familia, y les dijo que buscaría una muerte asistida médicamente antes de que la enfermedad lo dejara totalmente dependiente.
Froukje Zuidema, su hija, encontró el Centro de Expertos. Stigter fue asignado a su caso y comenzó a manejar 30 minutos de su oficina en la ciudad de Groningen cada mes para visitar a Zuidema en su casa en el pueblo agrícola de Boelenslaan.
Cuando comprendió que la enfermedad podría afectar su juicio y, por lo tanto, hacerlo sobreestimar su capacidad mental, Zuidema rápidamente decidió un plan para morir en unos meses. Su familia estaba conmocionada, pero para él era claro: “Es mejor un año antes que un día tarde”, solía decir.
El progreso de la demencia es impredecible y Zuidema no experimentó un rápido descenso. Stigter terminó visitándolo cada mes durante un año y medio.
Su hija dijo que ve a Stigter “como un verdadero héroe”. No tiene duda de que su padre se habría suicidado incluso antes, si no hubiera confiado en que su médico le daría una muerte asistida.
Ahora que Keizer tiene claros los deseos de Mekel, ya no acude al té; reanudará las visitas cuando los hijos de ella le digan que ha habido un cambio significativo —cuando sientan que el 5 al 12 está cerca.
Precio intolerable
Mekel está atormentada por lo que le sucedió a su mejor amiga, Jean, quien, dijo, “perdió el momento” para una muerte asistida.
Aunque Jean estaba resuelta a evitar mudarse a un asilo de ancianos, vivió ocho años en uno. Mekel la visitó hasta que Jean no pudo mantener una conversación. Jean murió en el asilo de ancianos en julio, a los 87 años.
Sin embargo, el hijo de Jean, Jos Van Ommeren, no está seguro de que Mekel comprenda correctamente el destino de su amiga. Está de acuerdo en que su madre temía el asilo de ancianos, pero una vez que llegó allí, tuvo algunos buenos años, dijo.
Para Mekel, ese precio es intolerable.
Su hijo menor, Melchior, le preguntó no hace mucho si un asilo de ancianos estaría bien si cuando llegara allí no estuviera tan consciente de su independencia perdida.
Mekel le lanzó una mirada de afectuoso disgusto.
Veerle Schyns contribuyó con reportes a este artículo.
©The New York Times Company 2025
Por Stephanie Nolen/The New York Times Staff NYTimes
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