La situación de confinamiento en el que nos hemos visto inmersos durante los últimos meses ha implicado consecuencias psicológicas negativas para una buena parte de la población. De repente, nuestras rutinas cambiaron y la sensación de falta de control y de incertidumbre por el futuro nos acompañó durante los meses de confinamiento. Esto ha sido especialmente duro para todas aquellas personas con discapacidad mental así como también para aquellos que se encargan de su cuidado.
En el caso de las personas con Enfermedad de Alzheimer, las consecuencias negativas han sido más que evidentes: una buena parte ha experimentado un descenso global durante estos últimos meses, no sólo en el ámbito cognitivo, sino también en lo que respecta a nivel físico, funcional y emocional. Observando el caso de los asistentes de nuestros centros, estos han experimentado el confinamiento de diferentes maneras dependiendo de la fase de la enfermedad en que se encontraban, los recursos asistenciales de que disponían, del contexto, etc. Pero a pesar de estas diferencias, se ha mostrado de forma generalizada un aumento de la sintomatología ansiosa y depresiva, afectación de las capacidades cognitivas de orientación, capacidad atencional, expresión y comprensión del lenguaje, así como también en la velocidad de procesamiento de la información . Una buena parte de los usuarios, sobre todo aquellos en que la enfermedad ya se encuentra en fases avanzadas, no entendían la situación que se estaba viviendo y se encontraron de la noche a la mañana encerrados en sus casas sin comprender por qué debían dejar de ir al centro de día o por qué no podían salir a dar un paseo. Esta situación mantenida durante el tiempo, ha implicado un agravamiento de la sintomatología conductual (en forma de agresividad, agitación, etc.) y de la sintomatología depresiva (labilidad emocional, apatía, llantos constantes, etc.) sobre todo, y también ha habido un incremento en la presencia de delirios. Ante esto, muchos de estos usuarios han tenido que cambiar pautas en su medicación que posiblemente no se habrían realizado en el caso de haber continuado con su rutina anterior.
Nos hemos encontrado también en el caso de usuarios que sí han sido conscientes de la situación excepcional que hemos vivido. Muchas de estas personas han sufrido sobre todo un incremento en cuanto a sintomatología ansiosa: a nivel de pensamiento, en forma de ideas obsesivas constantes sobre la salud suya y de sus familiares; a nivel físico, en forma de sensación de falta de aire y ahogo, palpitaciones, fatiga, tensión muscular; y a nivel conductual, evitando situaciones valoradas como «de peligro», aumentando la ingesta de ansiolíticos, etc. Las personas mayores representa un grupo poblacional que presenta un riesgo elevado de exclusión social y soledad. Con el confinamiento, esta situación se ha agravado mucho. Si la asistencia al centro funcionaba como un factor protector contra el aislamiento y favorecía la socialización, el hecho de verse de la noche a la mañana en su domicilio ha perjudicado gravemente muchos usuarios. Sobre todo ha perjudicado aquellas personas que a pesar de su enfermedad, aunque conservaban un alto grado de autonomía personal y vivían normalmente en casa solas. Con el confinamiento han seguido viviendo solos, pero sin la asistencia al centro ni las visitas regulares de sus familiares, lo que ha ocasionado un aumento en sintomatología depresiva.
En definitiva, toda esta situación ha implicado un empeoramiento de la sintomatología conductual así como también una disminución de las funciones cognitivas. Todo esto se ha acompañado de un estado de confusión y apatía generalizado. A nivel físico, también hemos observado un empeoramiento pronunciado en una buena parte de los usuarios de nuestros centros. El confinamiento ha propiciado una disminución de la práctica regular de ejercicio físico ligero, de forma que se ha evidenciado una disminución de la fuerza muscular y de la capacidad de movilidad, que ha derivado en un empobrecimiento de la capacidad de control de equilibrio , ante el que se ha observado un incremento en las caídas. En cuanto a la ejecución de las actividades de la vida diaria, ha habido también un empeoramiento en la autonomía de los diferentes usuarios, lo que ha implicado en una carga extra para los cuidadores y cuidadoras.
En cuanto a los cuidadores y cuidadoras, esta bajada generalizada en las capacidades de su familiar así como también el hecho de no disponer del recurso de centro de día, ha repercutido negativamente en su salud mental y física. En circunstancias normales, el cuidador principal hace frente día a día a la enfermedad que sus familiares sufren así como también a todas las consecuencias tanto directos como indirectos que se derivan. Se quien además le acompaña la mayor parte del tiempo y quien sufre un mayor peligro de agresión sobre su salud, convirtiéndose en un sujeto de alto riesgo. Durante los meses de confinamiento este riesgo ha sido aún más elevado tanto para aquellos que conviven con la persona (normalmente cónyuges) como para los que conviven en otra unidad familiar (normalmente hijos).
Ante el cierre del centro de día, los familiares tuvieron que asumir muchas horas extra en el cuidado de su familiar, no disponiendo de tiempo para descansar y para dedicarse tiempo a sí mismos o para dedicarse a realizar tareas de la hogar. Esto ha contribuido a aumentar el número de cuidadores con el llamado Síndrome del Cuidador Quemado, síndrome que aparece ante una situación de estrés sostenido ante el cuidado de un familiar y que implica importantes efectos a nivel físico, psicológico y social. El abanico de síntomas es muy amplio: irritabilidad, aislamiento de la vida social y de otras actividades, ansiedad ante el futuro y el día a día, negación de la enfermedad, problemas de sueño, fatiga, tristeza, soledad, falta de realización personal , problemas de salud tanto a nivel físico como mental, etc. Si el abordaje de este síndrome en circunstancias normales ya es muy difícil, en las circunstancias de confinamiento esto ha sido mucho más complicado. Nos hemos encontrado muchos cuidadores que han necesitado asistencia psicológica telefónica ante este confinamiento. Estos han tenido que gestionar la bajada cognitiva de sus familiares y las repercusiones directas de haberse hacerse cargo de la persona durante veintidós horas al día. Además, han hecho frente al empeoramiento de la sintomatología conductual, lo que se ha reflejado en un cansancio y sobrecarga evidentes.
Sin embargo, tanto los usuarios como los familiares han recibido con mucho agradecimiento los talleres de memoria online, las videollamadas entre compañeros y el apoyo telefónico a familiares. De manera generalizada, tanto unos como otros han referido añoranza de cara al funcionamiento normal del centro.
Silvia Moncho, psicóloga coordinadora del Centro Alois de Molins.