El cerebro supone en torno a un 2% del total del peso corporal. Sin embargo, y dado que su funcionamiento resulta absolutamente vital para el conjunto del organismo, recibe hasta un 12% de la sangre que bombea el corazón. Tal es así que cualquier mínimo descenso en este flujo sanguíneo podría tener consecuencias muy negativas para la salud del cerebro, contribuyendo a la aparición y progresión de enfermedades cerebrales asociadas a la edad. Sería el caso, cuando menos en teoría, del alzhéimer y de otros tipos de demencia. Pero, ¿esto es realmente así? Pues parece que sí. Y es que como muestra un estudio dirigido por investigadores del Centro Médico de la Universidad Vanderbilt en Nashville (EE.UU.), las personas mayores cuyos corazones bombean menos sangre experimentan una reducción del flujo sanguíneo en sus lóbulos temporales –las regiones cerebrales en las que se inicia la enfermedad de Alzheimer.
Como explica Angela Jefferson, directora de esta investigación publicada en la revista «Neurology», «a día de hoy hemos acumulado un gran conocimiento sobre cómo prevenir y abordar clínicamente muchas de las formas de la enfermedad coronaria. Sin embargo, aún no sabemos cómo prevenir o tratar el alzhéimer. Nuestro trabajo es especialmente importante pues puede ayudarnos a aprovechar nuestro conocimiento sobre el manejo de la salud cardiaca para abordar y tratar los factores de riesgo para la pérdida de memoria en las personas mayores antes de que se desarrollen los síntomas cognitivos».
Flujo sanguíneo ‘envejecido’
Para llevar a cabo el estudio, los autores contaron con la participación de 314 personas mayores con una edad promedio de 73 años y sin enfermedades cardiovasculares o demencia, 122 de las cuales –o lo que es lo mismo, el 39% del total– habían sido diagnosticadas de deterioro cognitivo leve. Y, exactamente, ¿qué es este ‘deterioro cognitivo leve’? Pues es un estado precursor de la enfermedad de Alzheimer en el que los afectados, si bien aún pueden vivir de una forma totalmente independiente, ya presentan una menor capacidad cognitiva –caso, por ejemplo, de una disminución de la memoria, del razonamiento o de la capacidad de atención.
Los autores recurrieron a la ecocardiografía y a las pruebas de imagen por resonancia magnética para medir, respectivamente, el índice cardiaco –o ‘gasto cardiaco’, parámetro que mide el volumen de sangre bombeado por el corazón y ajustado por el tamaño corporal– y el flujo sanguíneo cerebral. Y de acuerdo con los resultados, el flujo sanguíneo cerebral asociado a un índice cardiaco bajo era, en el caso específico de los lóbulos temporales, más propio de una persona entre 15 y 20 años mayor.
Como indica Angela Jefferson, «nuestros resultados muestran que cuando el corazón no bombea sangre de forma tan efectiva, entonces el flujo sanguíneo podría ser menor en los lóbulos temporales izquierdo y derecho, esto es, las áreas del cerebro en las que se procesan los recuerdos. Pero lo que es realmente sorprendente es que la reducción que hemos observado es comparable a la del flujo sanguíneo cerebral en una persona con una edad de 15 a 20 años mayor».
Corazón y cerebro
En definitiva, parece que las personas mayores cuyos corazones tienen una menor capacidad de bombeo experimentan un descenso en la cantidad de sangre que llega a sus lóbulos temporales. Un resultado que si bien no explica, ni demuestra, que la reducción en el flujo sanguíneo cerebral sea el causante de la aparición o progresión del alzhéimer, plantea muchas preguntas. Es el caso, como apuntan los autores, «de cuándo los mecanismos de autorregulación del flujo sanguíneo cerebral son menos efectivos según la población envejece, o del mayor papel que puede jugar la salud vascular a la hora de exacerbar la enfermedad de Alzheimer o los síntomas clínicos de la demencia».
Como concluye Angela Jefferson, «las evidencias muestran de forma cada vez más clara la existencia de una fuerte conexión entre la salud cardiaca y la salud cerebral. Estamos muy satisfechos de haber plantado la semilla inicial para esta ciencia que está comenzando a identificar e investigar los mecanismos subyacentes a esta conexión. Unos mecanismos que, una vez confirmados, podrían tener la clave para el diseño de estrategias de prevención y de tratamientos efectivos para el alzhéimer y otras demencias».
A. OTERO @abc_salud
Fuente: www.abc.es